Hebreos 11.24-26 "Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón, escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado, teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios; porque tenía puesta la mirada en el galardón."
Nos encontramos diariamente ante la necesidad de tomar decisiones difíciles, y en muchas ocasiones, la opción más sencilla no constituye la elección más adecuada y, como líderes, debemos estar dispuestos a asumir esas decisiones difíciles.
Puede que nos encontremos en situaciones donde tengamos un colaborador problemático. La opción más cómoda podría ser la pasividad, con la esperanza de que la situación se resuelva por sí sola con el tiempo. Sin embargo, en la realidad, la pasividad rara vez conduce a mejoras. Sería más difícil enfrentar de manera directa a ese colega, confrontándolo con sus errores y brindándole la oportunidad de corregirlos o, en última instancia, considerar su salida de la organización.
Tomemos como ejemplo el pasaje de la historia de Amnón y Tamar, donde David, como líder, no tomó medidas adecuadas tras un grave incidente. Esta inacción por parte del rey David resultó en consecuencias sumamente graves, incluyendo el asesinato de Amnón y una rebelión que amenazó su liderazgo. Este caso ejemplifica cómo la apatía no suele dar lugar a resultados positivos. Como líderes, no podemos permitirnos adoptar ese enfoque. Debemos asumir la responsabilidad de las decisiones difíciles, incluso cuando estas conlleven dolor.
El liderazgo implica la capacidad de tomar decisiones que otros suelen eludir. Nuestra misión no es la de elegir el camino de menor resistencia, sino el camino que conducirá a los cambios necesarios para el crecimiento y al fortalecimiento de nuestra organización.
Cuando cometemos errores, es tentador no reconocerlos o pedir disculpas, pues es más cómodo mantenerse en silencio y dejar que el tiempo deje olvidada la situación. Sin embargo, lo que verdaderamente lleva a la recuperación de la situación y al impulso positivo es admitir nuestras faltas y pedir perdón. Debemos siempre hacer lo que es correcto, incluso si ello implica enfrentar dificultades, y confiar en que los resultados estarán en las manos de Dios.