Vengo de una familia de agricultores en un pequeño poblado en Baja California sur México, un paisaje árido, de extrema escasez. Mi abuelo, quien fundó y dirigió un rancho de cultivo de naranjas, junto con mis 7 tíos, se dedicó toda su vida al campo.
Observar la dinámica familiar entorno al rancho, me hizo sentir ajena, mi pasión por la naturaleza desde temprana edad no concibió la idea de dedicarme a la agricultura. Las mujeres de la familia si bien fueron parte importante de la administración financiera, nunca tomaron decisiones sobre el manejo de la tierra.
Mi interés en la conservación, la ecología y resolución de problemáticas ambientales llego más tarde al comenzar la universidad, uno de los aspectos que me pareció más importante relacionado a la crisis ambiental, fueron los sistemas agroalimentarios. Para mí, los alimentos representan nuestra relación más íntima con la naturaleza y la forma más propositiva de sanarnos a nosotros mismos y a la tierra.
La sensación de que los esfuerzos académicos simplemente no eran suficientes para resolver una problemática tan compleja, en un mundo que enfrenta un inminente reto climático, inundo mi mente y me obligo a tomar acción.
Cuando decidí dedicarme a la agroecología y a la permacultura después de la universidad, empezó mi verdadero camino hacia el rancho. Trabajé como voluntaria en granjas, ecoaldeas, escuelas de permacultura, biodinámica y organizaciones civiles. En muchos de estos proyectos trabaje mano a mano con campesinos, rancheros y mujeres de zonas rurales. La brecha de género en el sur de México es más evidente en la tenencia de la tierra. El rol de las mujeres en el contexto rural ha sido reducido al de cuidadoras y no como personas con derechos a la posesión y al control de la tierra. Hoy en día la Ley agraria mexicana declara que solo el 21% de los ejidatarios son mujeres, los ejidos representan territorio designado a la producción de alimentos y componen más del 50% del territorio nacional. Y no fue hasta 50 años después de crear este mecanismo de posesión de tierra, que se indicó explícitamente a las mujeres ser legalmente acreedoras a este título.
Años después, regreso a Baja California Sur, el lugar en el que crecí. Aquí me encontré con la oportunidad de trabajar en un proyecto productivo, un rancho en la sierra con producción de vegetales, quesos, miel, conservas, entre otros. La cultura ranchera, sobre todo en el norte de México es en esencia machista, el acercamiento con la tierra, los animales y los cultivos, están profundamente marcados por la colonización española, quienes hace más de 400 años trajeron los animales de establo, los cultivos, y sentaron el tono del sistema productivo patriarcal en la región. Los sistemas agroalimentarios se transformaron profundamente.
Mi experiencia en este campo ha sido una de retos y oportunidades. Como mujer joven, trabajar a la par con lideres, en su mayoría hombres de mayor edad, ha significado en muchas ocasiones mayor esfuerzo para recibir el mismo reconocimiento. Las herramientas para tratar la salud mental y la resolución de conflictos en el ambiente de trabajo son comúnmente subvaloradas en las regiones rurales, aunado a una falta de enfoque de género sistematizado, generan una escaza visibilidad de las problemáticas que esto desencadena en el.
El acercamiento sensible a los ciclos naturales de la tierra, sobre todo en el manejo regenerativo, viene a romper con prácticas culturales impuestas, desde la agricultura extensiva tecnificada, el uso del agua, la ganadería de libre pastoreo, hasta las dinámicas familiares y los roles en la comunidad. Romper paradigmas en la región, para acercarnos a prácticas más sostenibles y resilientes se relaciona íntimamente con la validación diversa e inclusiva de todas las voces de la comunidad.
Siento que las nuevas generaciones de mujeres en la agricultura tenemos la responsabilidad de resignificar a nuestras ancestras, su poderoso rol como agentes de cambio y ayudar a crear nuevas oportunidades para las próximas generaciones. Es mi deseo que se creen ambientes de trabajo seguros donde podamos explorar y traer nuestra verdadera esencia, sentirnos cómodas tomando riesgos, decisiones, haciendo preguntas, atreviéndonos a ser vulnerables. El futuro del manejo de la tierra nos propone una visión holística, regresar a los sistemas agroalimentarios tradicionales, de cadenas cortas de mercado, consumo local y ambientes justos e inclusivos de trabajo.