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Como os anuncié hace unos días, me gustaría relatar en una serie de artículos cómo fueron mis inicios en el trading y en la formación. Este año 2024 cumplo quince años enseñando Precio y Volumen y son muchos los recuerdos que han vuelto a mi mente.
 
Quiero ceñirme a los comienzos para no hacerlo demasiado largo y porque de alguna manera, marca el inicio de la comunidad de Precio y Volumen y de Wyckoff en España, y por extensión, también en Latinoamérica.
 
Hoy, son cientos y cientos los operadores y formadores especializados en precio y volumen que pueblan las redes, pero en aquellos años, éramos muy pocos. De hecho, fuimos nosotros los pioneros. Y cuando hablo de nosotros me refiero a FH Inversiones, la escuela de trading en la que tuve la suerte de colaborar como profesor de la mano de Peio Zárate.
 
La inmensa mayoría de todos estos operadores y formadores que pueblan Internet — sobre todo los buenos — pasaron por nuestras manos, y eso es algo que me hace sentir muy orgulloso.
 
Pero no nos adelantemos.
 
Tampoco penséis que tengo una vida súper interesante y estos artículos van a ser el relato de un súper influencer.
 
Hace unos años, una editorial me propuso escribir un libro al estilo “cambio de vida”, como los de Josef Ajram, pero yo ni corro “ultramans” ni tengo tatuajes ni tengo una vida glamurosa. Lo más apasionante que me pasa en un día normal es ir al Carrefour y no olvidarme de nada de lo que me ordenaron comprar.
 
En cualquier caso, me da igual. Es mi vida y me encanta y, en lo que respecta al trading, creo que hay algunas cosas que voy a contar que pueden ser interesantes para alguno de vosotros.
 
Comenzaré en el año 2006 y lo finalizaré en el 2012, que es cuando fundo precioyvolumen.com.
 
Serán unos seis episodios, de unas mil palabras cada uno, e intentaré al final de cada uno de ellos hacer una pequeña reflexión a modo de aprendizaje.
 
¿Estás preparado?
 
Venga, pues vamos a ello:
 
EPISODIO 1. “PRISIONERO EN UNA CÁRCEL DE ORO
Todo comienza en 2006, como ya os he dicho.
 
En aquellos años, yo trabajaba por cuenta ajena en una Empresa Pública de la Junta de Andalucía.
 
Era empleado público, lo que, a efectos prácticos, es casi ser funcionario. O dicho de otro modo: para que me echaran del trabajo tenía literalmente que matar a algún compañero o a algún jefe, y aún así, no les sería fácil hacerlo.
 
Tenía trabajo seguro, y para toda la vida, con unas condiciones laborales bastante buenas, exquisitas diría yo: buen sueldo, dietas altas, teléfono de empresa, flexibilidad horaria, beneficios sociales y, además, trabajaba en una oficina situada en el centro de Málaga, en plena calle Larios, una de las calles más bonitas del mundo, y a tan sólo 15 minutos andando de mi casa.
 
Para el que no la conozca, Málaga es una ciudad maravillosa. Está al sur de España y tiene un clima inmejorable, playa, montaña, es relativamente pequeña pero lo suficientemente grande como para tener, por ejemplo, aeropuerto internacional de primera categoría con conexiones a medio mundo. Tiene cultura, buen ambiente, magnífica comida, baloncesto de primera, fútbol aunque siempre al borde del abismo, diversión, buena gente, precios moderados y, por si fuera poco, está a un par de horas de Sevilla, lo que me permitía volver a casa siempre que quisiera para ver a la familia y a mis amigos de toda la vida.
 
Vivía de maravilla.
 
Se podría decir que había alcanzado el éxito profesional con menos de treinta años, o al menos ese “éxito” entendido dentro del paradigma de la clase media donde a lo único que se aspira es a tener un buen sueldo, buenos horarios y un trabajo seguro para toda la vida. Sólo me faltaba la parejita y los sábados en el IKEA para que me dieran la medalla del primer puesto en la “carrera de la rata” de Kiyosaki.
 
Pero no es oro todo lo que reluce en la administración pública.
 
Cuando trabajas en un entorno donde lo último que se valora es la meritocracia, puedes pasarlo muy mal, sobre todo si tienes un mínimo de inquietud por progresar y odias chuparle el culo a tu jefe.
 
Un dato:
 
Sevilla tiene un edificio llamado Torre Triana, que es un edificio enorme que alberga a la mayor cantidad de Consejerías y funcionarios públicos de la Junta de Andalucía. Una vez me dijeron que era el centro de trabajo con la mayor ratio de depresión por trabajador de toda la ciudad. La verdad es que no sé si ese dato será cierto o no, pero lo que sí te puedo asegurar es que he visto a muchos funcionarios inteligentes y talentosos — que podrían haber llegado a donde hubieran querido dentro de la empresa privada — deambular como almas en pena por los pasillos del edificio con la única motivación de que llegaran las dos la tarde para picar billete y poder irse a casa.
 
¿Conoces la metáfora de la rana hervida?
 
Si metes una rana en agua hirviendo, la rana saltará fuera del recipiente. Sin embargo, si la metes en la olla con agua fría, al subir la temperatura poco a poco la rana no se dará cuenta, se sentirá cada vez más mareada y finalmente ya no podrá escapar y morirá.
 
El mundo funcionarial está lleno de ranas que están hirviendo lentamente y que no se dan cuenta hasta que ya es demasiado tarde. Y lo peor es que yo iba camino a convertirme en una de ellas si no llega un día en el que me subieron la temperatura de golpe a raíz de un episodio de mobbing laboral del que os hablaré en el próximo capítulo. Si no es por eso, hoy estaría dentro de un despacho picando facturas y esperando q que llegaran las vacaciones.
 
Lo que os voy a decir suena a autoayuda barata, pero es 100% real:
 
Desde pequeños nos educan para ser buenos trabajadores por cuenta ajena, buenos sirvientes, buenos súbditos. Y es comprensible en tanto en cuanto, venimos de un pasado de escasez, donde nuestros abuelos pasaron penurias en una España de post guerra muy dura en la que no tenían ni para comer.
 
Esto es extrapolable a muchos otros países.
 
Nuestros padres, que mamaron de esas penurias, nos educaron para cubrir las necesidades básicas de supervivencia y de seguridad, que eran las prioritarias en sus tiempos. Si le añades, además, la cultura pro-Estado paternalista en la que vivimos, entre todos hemos construido una sociedad dormida en la que sólo aspiramos a vivir tranquilos, aunque eso implique perder libertad y no satisfacer como es debido las necesidades de autoestima y de autorrealización que los seres humanos también tenemos necesidad de atender.
 
Es simple pirámide de Maslow.
 
El problema es que muchas personas viven en modo automático y no se dan cuenta de esto hasta que ya es demasiado tarde.
 
Yo, por suerte, pude saltar a tiempo.
 
Tal vez, lo tuve más fácil que otras personas porque no tenía ni niños, ni cargas hipotecarias, y mi pareja siempre estuvo totalmente alineada con mi forma de ver la vida. Pero tampoco fue fácil y tuvimos momentos muy jodidos.
 
Recuerdo perfectamente el día que les dije a mis padres que dejaba el trabajo para dedicarme al emprendimiento y a los mercados financieros. Creo que aún están en shock. Ambos son funcionarios y, aunque me apoyaron, creo que pensaron que se me había ido la cabeza. Y seguramente aún lo piensan.
 
Pero mereció la pena.
 
He tenido experiencias que jamás habría vivido si aún siguiera en la empresa pública. Jamás habría ganado dinero haciendo trading, por ejemplo, o escribir un libro, o tener la oportunidad de firmar en Sant Jordi y en la feria del libro de Madrid, o impartir conferencias ante cientos de personas, o dar clases en la Universidad de Málaga, en la de Alicante o en la de Monterrey. O como ahora, que tengo la oportunidad de poder asesorar a empresarios, deportistas y grandes patrimonios a ayudarles a ganar dinero en los mercados financieros. Y todo esto gracias a que sufrí un momento jodido que me dio la suerte de encontrar por casualidad lo que realmente me apasionaba.
 
Hace unos años di una conferencia en la Universidad de Málaga a estudiantes de primero de carrera. Les hablé de la bolsa, por supuesto, y de todas esas cosas que todos sabemos del largo plazo y la capitalización compuesta, pero el mensaje central que quise transmitirles es que tenían la obligación de intentar encontrar su pasión, y luego, tratar de monetizarla, en la medida de lo posible.
 
Primero, una pasión. Y, luego, monetizarla. 
 
La segunda es tan importante como la primera.
 
Ganar dinero no es malo. Es la forma de que tenemos para medir el valor que aportamos a los demás. Si la gente aprecia lo que hacemos, tarde o temprano, ganaremos dinero. Y si lo lo aprecia mucha gente, ganaremos mucho dinero.
 
Quedarse en el hobby está muy bien pero solo te ayudas a ti mismo y te costará dinero. Si hay algo que haces porque te gusta, debes perfeccionarlo e intentar darle una vuelta de tuerca para monetizarlo. Para sacarle dinero. Y tal vez puedas convertirlo en una profesión si las cosas salen bien.
 
En mi caso, tuve la suerte de encontrar la pasión en la inversión y en la formación, y eso me cambió la vida por completo. Dejé un trabajo de oro, que me aseguraba la supervivencia, por un entorno de incertidumbre que no sabía muy bien por dónde me iba a llevar.
 
Pero salió bien.
 
Y todo comenzó por casualidad, a raíz de un episodio complicado que ya os contaré en el próximo capítulo. Pero no hay mal que por bien no venga, como se suele decir.
 
Si hay un mensaje que me gustaría lanzar en este primer capítulo, es que debes observar tu vida y preguntarte si notas que el agua que te rodea se está calentando. Si es así, algo tienes que cambiar. No te queda otra. 
 
Empieza por descubrir tu pasión. Y luego, en cómo monetizarla. No te quedes de mero espectador. Haz algo porque, aunque muchas veces las cosas no salen como uno quiere, el mero hecho de intentarlo, ya merece la pena. 
 
 
Un saludo y feliz domingo
 
Enrique Díaz Valdecantos