El otro día me pasó algo extraño.
Fui a una pastelería a hacer un encargo.
Quería un pastel con menos o nada de azúcar, porque los convencionales se me hacen pesados, ya no puedo con su dulzor.
Al ir a recoger la tarta la dependienta me pidió algo raro.
Que le pagara por el encargo.
No entendí nada.
Y me fui con la sensación rara de haber sido engañada. 
Ninguneada.
Desatendida.
 
Después hablé con un gestor que me habían recomendado y me dijo que fuera para su despacho y habláramos.
Así lo hice.
Y, de nuevo, el mismo desconcierto.
El gestor encorbatado quería que le pagara para prestarme sus servicios. 
Antes de asesorarme tenía que pasar por caja.
Y no lo entendía.
 
Y ayer mismo hablé con una profesora de piano porque quiero retomar mis clases y que mi pobre piano vuelva a sentirse amado.
Me encanta sentir su tañido bajo mis manos y a mis dedos les gusta acariciarlo…
Pues la profesora en cuestión quería darme clases a cambio de algo.
Y me pareció una perversión del arte, casi una prostitución.
Cómo se puede amar la música y querer ganar dinero con ello.
El arte es arte, y los artistas de verdad no venden su don.
 
Llevo desde 2012 aportando valor.
Hablando de marcas, tiendas, tratamientos completos.
Y desde hace cinco meses te escribo cada día.
Y cada día recibo decenas de mails y de mensajes en mis redes sociales pidiéndome que recomiende cosas: una marca, una rutina, que analice un INCI, una sartén, una prenda íntima…
Y cuando les digo que pueden contratar una asesoría conmigo, se molestan. 
Me dicen que no me costaba tanto darles una respuesta.
 
Y tienen razón.
No me cuesta tanto.
No me cuesta nada.
Menos que nada.
Pero para eso he tardado 13 años.
Si te pones a ello me alcanzas en menos que canta un gallo.
Al final solo soy un loro que repite lo que otros han investigado, sus conclusiones, sus investigaciones.
No tengo nada especial.
No soy científica. 
Solo soy una simple periodista.
 
Quiero compartirte el problema al que me enfrento cada día, y es que mi hijo tiene una manía que no se la quito por mucho que lo intento.
Le gusta comer cada día.
¡Y varias veces!
Y además cuanto más lo hace, más crece.
Y la ropa se le queda pequeña.
Y también quiere viajar, ver mundo.
Y estudiar y leer.
Leo lee mucho.
Y no sé qué hacer.
Me encuentro encerrada en un círculo sin salida.
 
A mí ya no me salen las cuentas de la vida, como dice Fito.
O me sobran noches o me faltan días para responder tantas preguntas, tantos mails, tantas dudas.
 
Por eso te lo digo por aquí, corazón de melón.
Para que no gastes energías.
No respondo dudas privadas por ningún medio. 
No respondo mails sobre rutinas, INCIS, marcas, tiendas.
No atiendo consejos sobre ‘por qué no nos hablas de tal marca o investigas sobre tal producto y nos lo cuentas’
Esto no es un restaurante.
Esto no es un menú a la carta.
Puede que no te guste que hable de Ringana, o que recomiende productos, o que te hable de mindset o de emprendimiento y puede que lo que quieras de mí sea otra cosa. 
Pero eso no puedo dártelo. 
No aquí.
No así.
Como un mal polvo echado con urgencia encima de la mesa del despacho.
No, miamol, yo soy más del baile lento.
 
Te lo he dicho mil veces.
Cuando algo es gratis el producto eres T Ú.
Y yo no trapicheo con tus datos, no los cedo, no los vendo, no los pervierto, ni los estudio, ni los muestro.
Para mí N O eres una cosa, no eres un producto, no eres un número.
Por eso siempre te intento vender algo.
Y con esa venta te llevas algo de valor (o eso creo).
Cada día a las 15.15 me planto delante de ti y me visto, me desnudo y, a veces, hasta me despellejo.
Me quedo en cueros, en puros huesos.
No hay nada que no veas.
No hay medias verdades.
No hay medias tintas.
No hay medias.
No hay.
No.
 
Solo soy yo a corazón abierto. 
Porque mi alma no tiene precio.
Pero mis servicios sí lo tienen.
 
 
Orgànics Magazine
Valencia, Valencia 46006, España