¿Qué tiene que ver todo esto con reinventarse?
Un montón.
Porque como me pasó a mí, el momento de “descubrimiento” no se da el día 1 con el primer pum.
Primero aparece una sensación.
Después, una pregunta.
Después, otra.
Y ahí entra el tiempo de decante.
Ese raro momento en el que “no está pasando nada” pero por dentro… algo se está reordenando todo. Es un tiempo sutil, solo si sos medio buda podés escuchar lo que realmente sucede adentro.
Después, una conversación, una palabra, una frase que te atravieza.
Y aunque está buenísimo que no todo explote de golpe (pues colapsaríamos), también puede ser incómodo ese momento en el que sentís que estás dándolo todo y solo tenés tres pochoclos locos en la mano.
Para que la cosa se termine de cocinar, hay que confiar.
Estar ahí.
Mirando el fuego, escuchando y mirando la olla.
Este proceso necesita de tu presencia.
Porque si te vas, si apurás, si te desconectás… se te quema todo a la mierda.
A veces el fuego está bajo.
A veces hay pochoclos más duros, más resistentes a abrirse y contarte alguna novedad.
Y no podés meter la mano en la olla para sacar los que ya explotaron.
Porque te quemás.
Hay que dejarlos ahí, confiando en que el calor haga lo suyo.
Un poco por eso te hago estas preguntas: