Hola First name / querida
Hoy te traigo lo que para mà eran los higos hace 27 años.
Un regalo.
Resumen del dĂa de ayer en casa: silencio y chicharras.
Los dĂas asĂ de lentos me recuerdan a cuando era una niña salvaje y pasaba el verano en el campo de mis abuelos. Aquel lugar era maravilloso.
Los primeros años vivĂamos en una especie de trastero. Para dormir mis padres echaban colchones al suelo. El mĂo era de cuna y tenĂa dibujitos. La superficie estaba hecha de plĂĄstico y cuando sudaba, me quedaba pegada. El sonido al separarme me parecĂa divertido. AllĂ no se pegaba ojo. Palabrita. Cada noche, mi abuelo y mis tĂos montaban una orquesta de ronquidos. Vibraban hasta las ventanas. Y te picaban mucho los mosquitos. Yo no lloraba porque no me salĂa. Te juro que lo intentaba. A las de tres, llamo a mi madre. 1,2 y 3. AbrĂa la boca y apretaba mucho la tripa. Nada. Muda. AsĂ que me iba de puntillas esquivando todos los colchones hasta su cama. Seguro que estaba a mi lado, pero lo recuerdo como una vuelta al mundo.
Vivir en el campo me encantaba: habĂa gatos. Y nacĂan bebĂ©s todas las semanas. Mi afinidad con estos animales tiene que ser de nacimiento. Porque no levantaba dos palmos del suelo y ya los rescataba de las cunetas. Como estaban lejos de la casa, aprovechaba la hora de la siesta para escaparme. Me hacĂa la dormida en un sillĂłn verde gigante. Y miraba a mi abuela de reojo. Ella siempre decĂa: yo la siesta no, que me pierdo mi novela. Pero aquĂ la menda sabĂa que se quedaba frita. El pistoletazo de salida era cuando se escuchaban tres ronquidos diferentes. AhĂ me sentĂa ganadora. Sola en el mundo. Imparable. Y cogĂa el pendil y la media manta. El primer y Ășnico reto era traspasar la cortina de PVC de la puerta. Imagina una niña de cuatro o cinco años no hacer nada de ruido. Lo conseguĂa. Pasado ese muro, ancha era Castilla. CorrĂa por el camino de chinos como si no hubiera un mañana.
Tras la puerta de acero negra, ahĂ estaban. MamĂĄ gato y sus crĂas. Acercaba mi mano a la guarida. Reconocimiento hecho. Me levantaba la camiseta dejando un hueco a la altura de mi barriga. Y las crĂas dentro. El Ășnico misterio que aĂșn no he resuelto es cĂłmo la mamĂĄ gato llegaba a la higuera antes que yo. Aquella higuera daba mucha sombra. Por eso me parecĂa el lugar perfecto. TenĂa un tronco enorme. MĂĄs de 100 años de ĂĄrbol, imagĂnate. Tras la misiĂłn, me encantaba tumbarme debajo a escuchar las chicharras. Me picaba todo el cuerpo, pero el olor a verano me mantenĂa allĂ divagando.
ÂżEn quĂ© piensan los niños? ÂżTĂș te acuerdas?
Cuando me entraba hambre, me subĂa a una silla que chirriaba como si se fuese a romper. Era la Ășnica forma de alcanzar un higo. De puntillas haciendo equilibrio. Cuando casi rozaba uno, siempre, siempre, siempre escuchaba a CampĂłn, mi abuelo, gritar: VerĂĄ como te vea tu madre. Me tiraba del tirĂłn al cĂ©sped y aguantaba la respiraciĂłn mientras apretaba superfuerte los ojos. Con el higo ya en la mano.