Mientras todos intentamos seguir con nuestra vida como si nada, la Inteligencia Artificial avanza sin control, la Estupidez Humana le adelanta por la derecha, Europa se rearma y Katy Perry y Calleja han ido al espacio gracias a que nos da pereza bajar a la tienda del barrio a comprar.

Si aún os estremecéis al oir cantar un ruiseñor en un alféizar, os alegrará saber que todavía quedan historias que nos hacen recuperar la fe en el género humano. Pero no os contaré nada de eso hoy. 

 

Después de tener menos actividad que un percebe, he de sacar la artillería pesada. A ver qué tal.

¿Qué se esconde realmente en algunas zonas de la Antártida? ¿Actividad extraterrestre? ¿Bases secretas de civilizaciones avanzadas que curiosamente sólo ha visitado un señor de Pozuelo de Alarcón?

 

No seré yo quien destruya vuestros sueños conspiranoicos, pero si váis a comprobarlo, es posible que lo que encontréis tenga más bien este aspecto:

La plataforma continental antártica y el océano que la rodea juegan un papel clave en el clima del planeta. Pero estudiarlo es carísimo, peligroso y limitado a estaciones muy puntuales del año. Entonces ¿cómo puede estudiarse lo que pasa bajo la superficie cuando está sellada por hielo y las temperaturas te congelan hasta las ganas? 

 

Sujetémosle el cubata a los científicos: con las focas de Weddell como agentes de campo (Leptonychotes weddellii).

 

Los investigadores sedan a las focas con dardos antes de colocarles los sensores en la cabeza. Estos dispositivos de rastreo pesan unos 500gr y se caen cuando la foca muda el pelaje en verano.

Foxtrot-7 informando de encuentro con arenque sospechoso a latitud 9º sur

No sólo se registran datos sobre el comportamiento de las propias focas (cómo y cuándo cazan, profundidades que alcanzan y tiempos de inmersión) sino que también se consiguen datos específicos necesarios para describir la estructura y función del océano. Estos datos han permitido crear modelos climáticos más precisos a partir de sus informes diarios sobre temperatura y salinidad. 

 

Gracias a estos entrañables animales de 300kg podemos anticipar cambios en la corriente circumpolar antártica y entender mejor cómo se derriten los glaciares.

Si una alianza de supervillanos puede governar EEUU, why not una foca puede liderar un equipo científico?

Como sois unas bellísimas personas, os preguntaréis si estas prácticas influyen en el bienestar animal. Lógicamente, aunque ningún estudio es totalmente inocuo, se trabaja con muchísima precaución. Estas investigaciones están avaladas por comités de ética animal y permisos ambientales (bajo el Tratado Antártico y el Comité Científico de Investigación Antártica).

 

No existen investigaciones con animales salvajes que sean 100% libres de impacto, pero el balance entre riesgo y beneficio es lo que guía estas decisiones. Si un día se descubre que los dispositivos les afectan más de lo que creemos, lo ético sería parar, rediseñar o buscar otra vía. 

 

La ciencia responsable se basa en revisar constantemente sus propios métodos.

Abril de 2019, isla Ingøya, Noruega. Unos pescadores ven a una beluga con un arnés acercarse a su barco. Puede que sea por los efectos del vodka en el desayuno, pero la ballena se muestra muy confiada. Deciden grabarlo y lo reportan a las autoridades. En el arnés hay una pista: "Equipment St. Petersburg". 

No sé Rick, parece ruso.

Rápidamente se extiende la teoría de que es una beluga entrenada por la marina rusa como parte de un programa militar secreto. Y no es una nueva teoría conspiranoica del señor de Pozuelo, las autoridades noruegas lo creen de verdad y todos los medios dan cobertura a la noticia.

 

En una explosión de ironía nórdica la bautizan como Hvaldimir (mezcla de “Hval”, ballena en noruego, y Vladimir, en alusión a Putin).

 

A las belugas no se les puede preguntar para qué agencia trabajan ni ofrecerles arenques o inmunidad diplomática a cambio de información clasificada. Esto es de primero de espionaje.

Hvladimir no nada entre los Fiordos, se infiltra.

Existen animales marinos que cumplen roles en combate, y aunque la beluga no era realmente una espía, sí podría haber formado parte de entrenamientos militares. 

 

Desde los años 60, la marina estadounidense tiene un programa específico con mamíferos marinos (U.S. Navy Marine Mammal Program) y Rusia cuenta con una base en Crimea donde se entrena a delifines.

 

Les adiestran para analizar el lecho marino, detectar explosivos, recuperar objetos o incluso adherir minas a cascos de barcos. Demasiado tiernos como para levantar sospechas, demasiado eficaces como para ser casualidad.

 

A lo largo de los años, a los animales se les ha considerado objetos y no sujetos. Pero si encima les obligamos a hacer la mili, igual ya nos estamos pasando, ¿no? Los altos niveles de estrés a los que son sometidos, el entrenamiento forzado y el uso en zonas de conflicto son motivos suficientes como para estar absolutamente en contra del uso de animales para fines militares.

Hvaldimir murió en septiembre del año pasado. Su muerte causó tanto revuelo, que la ciudadanía exigió una autopsia para descartar el asesinato. Se concluyó que murió por causas naturales.

Una camina entre aplausos, la otra nada entre secretos del Kremlin.

Si queréis debatir con nosotros sobre cómo los humanos han utilizado a los animales con fines científicos y políticos ya podemos hacerlo en persona ¿Habéis visto qué excusa más buena para deciros que YA ESTAMOS ABIERTOS? 

 

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Me despido con el Black Mirror que se marcó Pearl Jam con Todd Mcfarlane en 1998. ¡A mojarse!