Ahora que el misticismo ya es mainstream y Rosalía se ha metido a monja, yo también he sentido la llamada. Pero no la de Dios sino la vuestra, que me habéis enviado mensajes que van desde la amenaza hasta la súplica (y no necesariamente en ese orden).

 

He sucumbido a vuestras plegarias y como venimos de honrar a los muertos, en el capítulo de hoy os hablaré de criaturas que dominan el verdadero arte del ghosting. Porque si hay un sitio que concentra más fantasmas por metro cuadrado que Tinder, ese es el océano.

 

Un lugar donde la belleza y lo perturbador no existen por separado.

No podemos pasar por alto la experiencia estética que supone la Stygiomedusa gigantea. Descubierta en 1899, esta criatura producto de una pesadilla triposa de Edgar Allan Poe suma menos de 130 avistamientos y sigue desconcertando a la comunidad científica en cada una de sus apariciones.

 

Este cnidario se desliza en silencio por las profundidades dejando tras de sí más preguntas que respuestas. Tiene un cuerpo traslúcido y gelatinoso, ligeramente retroiluminado y carece de tentáculos venenosos. En su lugar tiene cuatro brazos de 10 metros con los que atrapa a sus presas en una bella y perturbadora coreografía mortal. 

La mayoría de las especies de su grupo liberan huevos y esperma en el agua, pero el mecanismo reproductivo de la medusa fantasma no ha sido diseñado para defraudar a nadie: sus crías se desarrollan dentro de la campana hasta que, completamente formadas, son expulsadas vivas por la boca, convirtiéndola en la única medusa vivípara que se conoce.

 

Debe su nombre al río Estigia, lugar que separaba el mundo de los vivos del de los muertos y donde Tetis sumergió a Aquiles para hacerlo invencible. 

 

Porque si vas a habitar el abismo has de elegir un nombre que acojone al mismísimo Kraken.

Si hay un animal que me produce terror psicológico, va a ser este. Su existencia me perturba y de ahora en adelante a vosotros también.

 

Capaz de provocar una arcada al estómago mejor asentado, con ustedes el horripilante parásito comelenguas: Cymothoa exigua.

 

Este isópodo entra por las branquias de su huésped (generalmente un pargo), se engancha a la lengua y se bebe su sangre hasta que esta se atrofia y se desintegra. 

 

Hasta ahí, horror biológico estándar.

Ja, ja, vale. Un momento, ¿pero esto qué es?

Atención que aquí viene el salto mortal con triple loop y sin red: Se trata del único parásito conocido que sustituye funcionalmente a un órgano. El isópodo se convierte en la nueva lengua del pez, alimentándose de su sangre y ayudándole a comer.

 

Cuando el isópodo muere, el huésped muere automáticamente de inanición (porque recordemos el detalle aterrador de que ya no tiene lengua). 

 

La evolución es, a veces, la mejor novela de terror.

Ahora que estoy totalmente poseída por una persona que ha escuchado dosis de rock gótico noventero incompatibles con la vida, os traigo un dato precioso, la patada de la grulla de Daniel LaRusso.

 

Si buceas, sabrás que la profundidad a veces lleva tu mente a lugares donde no quieres ir. 

 

La pena también. Y el desamor.

 

En ocasiones, el corazón abrumado por una emoción que le supera, decide hacer un simulacro de infarto sin que haya una obstrucción real. En ese momento piensas que se te va a romper de forma literal. 

 

Este fenómeno físico se llama síndrome del corazón roto o miocardiopatía de takotsubo y recibe el nombre por la semejanza morfologica que adopta el ventrículo izquierdo con la vasija que utilizaban los japoneses para atrapar pulpos.

Ahora ya sabes que hay una enfermedad que mezcla cefalópodos y melodrama. La buena noticia es que es una cardiopatía que tiene cura. La mala es que al igual que el mar tiene una memoria excelente para los sustos, el corazón también.

 

Para acabar os dejo por aquí a Erik Satie, que entre otras cosas, compuso este jingle para el inframundo.